El Banco de Alimentos de Álava es un ejemplo de voluntariado social en la lucha contra el hambre. Cincuenta y cuatro personas dedican su tiempo a la recogida, almacenamiento y reparto de comida

El diccionario define voluntariado como el conjunto de personas que se unen libre y desinteresadamente a un grupo para trabajar con fines benéficos o altruistas. Y en nuestro país son cada vez más los que responden a esa definición. Actualmente el 8,2% de la población española, es decir 3,3 millones de personas mayores de 14 años, realizan alguna tarea solidaria, según se desprende del último informe del Observatorio del Voluntariado. Todos ellos han dicho sí cuando se les ha preguntado si alguna vez se han planteado implicarse para mejorar la realidad que nos rodea.

“No requerimos de magia para cambiar el mundo”, apunta J. K. Rowling, la autora de la saga de Harry Potter. “Ya llevamos toda la fuerza que necesitamos dentro de nosotros mismos: tenemos el poder de imaginarnos mejor”, concluye. Cualquier forma de proyectar ese anhelo de cambio es válida, porque como dice el escritor estadounidense John Maxwell, “nos ganamos la vida con lo que recibimos, pero hacemos la vida con lo que damos”. El Banco de Alimentos de Álava es un buen ejemplo de esa forma de entender nuestro paso por el mundo. 54 voluntarios y dos empleadas componen todo el personal de esta organización empeñada en luchar contra la injusticia radical de la falta de alimentos. Todos ellos contestaron sí a la llamada para implicarse en intentar cambiar la vida de los varios miles de personas que reciben ayuda alimentaria.

Estos voluntarios activos constituyen el elemento básico para que el Banco consiga su fin social. Se trata de personas que ponen a disposición de la institución su tiempo con entrega, dedicación y experiencia. Su labor se extiende al transporte y la logística, el almacén y el mantenimiento, la promoción de campañas o la selección, compra y clasificación de los alimentos. También dependen de ellos el programa de sensibilización en centros escolares, la externalización y publicidad o las labores de oficina sin olvidar la relación con entidades de reparto a beneficiarios. A ellos hay que sumar los voluntarios ocasionales, dispuestos a colaborar en momentos puntuales como las campañas de recolecta. Estas personas resultan especialmente necesarias en los puestos de información de los supermercados en la denominada Gran Recogida, el icono de la solidaridad que tiene lugar a finales de noviembre.

La diversidad de funciones y de situaciones personales de los voluntarios del Banco tiene sin embargo una respuesta común cuando se les pregunta el motivo por el que ejercen el voluntariado y la sensación que les queda en el día a día. “Merece la pena” conforma la contestación que define su entrega. Repartir comida a los que se enfrentan cada día al abismo de la exclusión es realmente un esfuerzo con una compensación ética extraordinaria. Quizás porque como dijo en el siglo XVII el predicador inglés John Bunyan “no has vivido hasta que hayas hecho algo por alguien que jamás pueda pagarte”.

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