El derroche de comida arrojada a la basura es una lacra contra la que combate el Banco de Alimentos

En una sociedad donde el hambre sigue siendo un problema, el despilfarro de alimentos debería ser perseguido con rigor o al menos tener una sanción moral consecuente con la gravedad de la falta. Resulta difícil cuestionar una afirmación así. Sin embargo, los hogares españoles tiraron a la basura 1.339 millones de kilos y litros de comida y bebida en 2018, un 9% más que el año anterior. Un camino que va en dirección contraria a los compromisos del país al hacer suyos en 2015 los Objetivos de Desarrollo sostenible de la ONU, entre los que se incluye reducir el desperdicio de alimentos a la mitad en 2030. Para sonrojo general, la mayor parte de la comida que se arroja a la basura ni siquiera se ha cocinado. El 85% va directamente de la nevera o la despensa al cubo, básicamente frutas, hortalizas y lácteos. El resto acaba en el contenedor después de pasar por la sartén o el horno

La lucha contra el derroche de comida se encuadra en un plan estratégico ‘Más alimento, menos desperdicio’, que de entrada sólo mide el despilfarro doméstico, dejando de lado al resto de protagonistas de la cadena agroalimentaria. La Organización de Consumidores y Usuarios impulsó hace ya dos años una iniciativa para que el control de los alimentos que se tiran a la basura incluyese a productores, distribuidores y comercializadores. Se trata de un objetivo tan sencillo de entender como que todos ellos puedan donar los excedentes a bancos de alimentos o, en su caso, destinarlos a alimentación animal o a abonos.

No existe una normativa europea que recoja medidas concretas contra el derroche alimenticio, pero no faltan ejemplos en otros países donde se han desarrollado leyes para afrontar el problema. En Francia, el Gobierno de François Hollande impulso en 2016 medidas que impiden a los supermercados con una superficie superior a los 400 metros tirar al vertedero productos perecederos. Están obligados a donarlos o a destinarlos al compostaje. En tres años, las donaciones de alimentos han aumentado un 50%.

Los hogares españoles tiran al año 1.339 millones de kilos de productos alimenticios

En España, el desperdicio de alimentos no merece ninguna referencia en los programas de los principales partidos políticos. Así, a falta de medidas de rango institucional, han surgido iniciativas que van desde las protagonizadas por asociaciones de fabricantes y distribuidores hasta las aplicaciones de internet. En esa toma de conciencia, una forma de justicia social, el Banco de Alimentos de Álava encuentra un campo de juego apropiado. El BAA considera un eje prioritario de su labor evitar el despilfarro de alimentos perecederos y, fruto de ese empeño, en el último año se rescataron 350.000 kilos que hubieran acabado seguramente en el vertedero. Suponen, según se recoge en la Memoria del organismo, un 65% de aprovechamiento como fuente de alimentación para las personas acogidas al programa. Se logró facilitar 23 kilos mensuales por beneficiario y se corrigió lo que en otras circunstancias constituiría un derroche y un serio ataque al equilibrio de los recursos naturales. Luchar contra el hambre pasa también por acabar con el despilfarro, una concienciación que implica tanto a los grandes productores y distribuidores como a los hogares.

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