Su invisibilidad hace que resulte más complicado saber cuántos son y dónde están los pobres vergonzantes
Ser pobre suele provocar rabia, frustración o autocompasión. Pero también, a menudo, genera vergüenza. Una reacción comprensible y que, a pesar de no ser una novedad, la crisis ha acentuado hasta el extremo de generar una figura propia, el pobre vergonzante, que el diccionario de la Real Academia Española define como el “que procede de modo encubierto o disimulado por vergüenza”. En realidad, se trata en muchos casos de personas que disponían de trabajo y de un nivel de vida aceptable pero que tras perder su empleo y transcurridos los años se han quedado sin prestaciones y sin ahorros. A ellas se suman las que ya discurrían en el alambre de la pobreza, en buena medida personas mayores que viven solas con jubilaciones mínimas, y a las que cualquier circunstancia sobrevenida o simplemente la subida del coste de la vida arroja al abismo de la necesidad. Unas y otras prefieren ocultar su pobreza con la esperanza de que el futuro las resitúe en su anterior escalón vital.
Su propia invisibilidad determina que los pobres vergonzantes no figuren en ninguna estadística fiable y que las asociaciones que luchan contra el hambre tengan dificultades para localizarles y atenderles. “En los últimos meses se ha producido un leve descenso de los beneficiarios ‘reglados’, aquellos que son calificados por los servicios sociales municipales, -subrayan en el Banco de Alimentos de Álava- pero somos conscientes de que hay nuevos pobres a los que no llegamos”.
¿Cómo descubrir a quien no quiere ser encontrado? Familiares y vecinos son el primer círculo de confianza que podría dar la alerta, pero a veces la cercanía empuja precisamente a asumir sin más que es un problema personal y no de la sociedad. Los trabajadores sociales constituyen un filtro imprescindible por su capacidad de focalización, pero hay otros colectivos que también pueden ayudar. “El médico que ve las carencias alimenticias de una persona mayor puede impulsarle a que supere esa vergüenza inicial a acercarse al Banco para pedir ayuda, respetando, por supuesto, la protección de la privacidad”, señalan en el BAA.
Asociaciones generalistas también pueden desempeñar un papel en el desvío de personas necesitadas a los organismos de atención. Las Cuatro Torres cuenta con 31.500 socios y entre ellos los hay con dificultades para cubrir una dieta adecuada. “Hay gente a la que le da vergüenza ir a la cola del reparto porque tienen miedo a que les reconozca alguien”, señala el presidente de la asociación, Antonio Cabezudo. “Algo hay que hacer y nosotros lo intentamos de la forma que pensamos que es mejor: el boca a boca´. Igual todo es más sencillo cuando alguien te dice ´mira que bolsa me han dado´. En la sede, en las excursiones… en cualquier sitio que vemos una posibilidad, lo hablamos. Vergüenza solo para robar. Pero al final es cada persona la que decide”.
Tener hambre no es vergonzoso para quien la padece. Debería causar vergüenza a la sociedad que lo permite. Recibir ayuda cuando se necesita no puede provocar vergüenza. Es vergonzoso que la sociedad no proporcione auxilio. Que no haya ningún pobre en el mundo puede ser un sueño, pero que ningún pobre se quede fuera del abrigo social por vergüenza es un objetivo irrenunciable.
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